viernes, 12 de febrero de 2016

LA VIENA DE MAHLER


Huyendo de la locura de la situación política que atravesamos, me refugio en la lectura.
Busco algo distante y ajeno en tiempo y espacio. Algo que no requiera en exceso mi atención ni entretenga demasiado mi tiempo; algo banal, liviano, lejano, pues en la situación presente la concentración se escurre y resulta difícil hallarla, más aun, sujetarla. Y así, buscando o casi sin buscar, me tropiezo con una ciudad y un nombre, la Viena de Mahler.



Allí me han conducido los índices de revistas de historia que ojeaba buscando una lectura trivial, y éstos a un artículo lejano, del mismo título, de Isabel Margarit, que todavía no he conseguido hallar. Y, mientras sigo con la búsqueda del artículo, vienen a mi mente algunas otras lecturas almacenadas en esa desordenada biblioteca ambulante y variable que, cada vez más confusamente, aun anida en mi memoria.

Y así, por la senda de la Viena de Mahler el pensamiento se me va a lo más fascinante de aquel tiempo. Y ¿hay algo más fascinante que Alma?.

Rescato mis mapas, fotografías y apuntes del Ring; de los grandes edificios; de las calles de Leopoldstadt , el antiguo barrio judío; de la Casa de Loos; de “El Beso” de Klimt; de las viviendas (las Hofe) de la época de de “la Viena Roja”; del elegante Café Landtman; de la casa dónde murió Beethoven y años después se pegara un tiro el joven filósofo Otto Weininger, aquel que odiaba cuanto era, y que acabó con el objeto de su odio una desapacible tarde del mes de octubre de 1903.
Rescato también Simmering, y una tarde en el Prater; rescato la visión de un despacho cargado de libros y humo dónde un diván mudo recibe las confesiones de la neurosis y el histerismo, ¡del subconsciente!. Rescato un piano claro en casa de la joven Alma, y un ventanal abierto por dónde se cuela una luz cálida y clara que se derrama por sillón y cae por el suelo. La partitura ha caído y el beso, otro beso, ha sonado.

Allí fue; el judío de Bohemia y la blanca hada vienesa; el genio de la música y la reina de la belleza y la sensibilidad artística. Ella veintidós, cuarenta y dos él. Nunca sabremos quien amó más o quien dejo antes de hacerlo después de aquel día de marzo de 1902 en que unieron sus vidas para casi una década. ¿Para casi una década?, no; para siempre. Pero ¿cuánto tiempo es siempre…?

Todo eso sucedió apenas 13 años después de la muerte del heredero del Imperio aquella noche de finales de Enero, en Mayerling. Y cuatro más tarde de que la Viena de Mahler se hubiera quedado sin “su” emperatriz; y los pueblos del Imperio plurinacional, también. Allí, en Ginebra, cuando un afilado estilete que manejaba un anarquista desgraciado, Luigi Lucheni, encalló otra vez la Historia del Imperio.

Para Mahler y Alma “siempre” es un tiempo muy largo. 

La muerte de su hija María sumió a ambos en la desesperación. El se emborrachó de música. Ella de amigos; Walter Gropius fue el primero de ellos. Mahler quizá no pudo soportarlo. Al final no quedó nada y Viena se quedó sin Mahler ; Alma, también. 

Ella es una joven mujer tocada con el velo de la viudedad que mira anhelante a su alrededor. Con delicadeza, se retira el velo y acude a un encuentro, y a otro, y a otro…. En la sala de espera se anuncia a “su” Viena; ya no es la de Mahler, sino la de Alma.


Casi al mismo tiempo, Gabrilo Princip, en una calurosa mañana del mes de Julio, se ha citado con la Historia.

Un año después del inicio de la Guerra, Alma se casa con Gropius, en el camino quedaron otras amistades y otras más vendrán pronto. 

Mientras la guerra avanza y el imperio se derrumba, Karl Krauss agita su antorcha satirizando a la intelectualidad del momento.

Se acabó todo; Viena ya no es la Viena de Mahler. Viena es ya una capital sin imperio donde húsares y ulanos buscan nuevo oficio. Allí seguirá reinando Alma, viuda y divorciada, más blanca que nunca. Ella, que fue la Novia del Viento, es ya la novia de todos, allí, en “su” Viena. 

Con ella me voy.
María José Peña

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