LA IDENTIDAD NO PERSONAL, ¡MENUDO ROLLO Y MENUDO ROYO!
La primera acepción que encontramos al buscar “identidad” en
el diccionario de la RAE, es: “Cualidad de idéntico”. Por lo cual, ¿puede
alguien ser idéntico a otro, por el hecho de convivir en un determinado marco
geográfico, o cualquier otra condición?: La respuesta es NO. Apurando las
cosas, podríamos decir que, ni siquiera somos iguales a nosotros mismos en cada
momento de nuestra vida.
Sin embargo ese extraño concepto de identidad, que no se
sostiene en la realidad más objetiva, en la política se ha convertido en una auténtica
moneda de curso legal; como si todo quisque, por el mero hecho de vivir en un determinado
ámbito territorial, establecido por convenciones sociales –que no naturales-
tuviese que ser igual a los demás que conviven en dicho territorio. Si digo la
verdad –y perdón por la referencia personal-, difícilmente se puede encontrar a
una persona más diferente a mí, que mi vecino más próximo.
Rizando el rizo, esa “identidad”, según quienes abogan por
ella, es una “identidad cultural”. Pero tampoco es cierto que todas las personas,
dentro de determinadas lindes, compartamos los mismos posos culturales: no lo
era cuando las sociedades estaban cerradas en sí mismas y menos lo son ahora en
que la cultura surgida por el arte en cualquier parte del mundo, es accesible
al resto de la Humanidad.
Por tanto, ¿qué es más que un camelo “inventado por la burguesía
para dividir al proletariado” como diría Marx de los nacionalismos, tan
empeñados éstos en endiñarnos eso de la identidad colectiva como un método de
adocenamiento, para lograr sus intereses de explotación de las clases menos
poderosas? Y, sobre todo, ¿qué hacen partidos políticos que se autodefinen como
progresistas, secundando tamaño despropósito?
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